martes, 19 de febrero de 2013

UN.......NO TAN CUENTO

El hombre llevaba tiempo viviendo en su castillo. Había decidido que aquel entorno natural en el que se hallaba, era el que más armonizaba con él.- un hombre puro, infantil- y para su musa creadora no podía haber mejor lugar en el mundo. Amaba las plantas y a los animales profundamente y, como un niño pequeño, cuando una mosca le molestaba, sólo le hacía un leve guiño para alejarla, que nunca para espantarla; ¡qué decir de las hormigas, esos trabajadores y vividores seres capaces de las mejores obras de ingeniería y de la más hábil organización de supervivencia! Aquí, y, en el medio de nuestro hombre, tenían un paraíso. Las cucarachas, bichos despreciables para el ignorante ser de la ciudad, son preciosos animalillos que aprecen un día en la cocina:
                "¿Qué hacen? ¡Oh mira! Copulan" "Sí, ya, hace dos días que no se separan, eso es 
                  amor.....¡Para! No las molestes! Espera, las pondré en este rinconcito debajo del

                  banco no sea que este huésped de la ciudad.....que el hombre ha acogido en su 
                  casa las pise por inadvertencia"

El hombre vivía solo con su perro Bugui, una simbiosis perfecta en cuanto a sus gustos, los dos eran austeros en el comer, en su forma de vida. Si el hombre echaba una cabezadita, su perro se situaba cerca, como para velar su sueño....

Un lugar así, debía ser idóneo para el reino ratonil. Sí. Un día, oyó un ruidito en un armario; alguien roía avellans, de pronto, saltó de entre las cáscaras un diminuto ratón no más grande que una lagartija mediana; allí dejaba de momento su obra: un montón de cáscaras del preciado fruto perforadas, a través de cuyo agujero había extraído cuidadosamente su fruto. El hombre, con tal ternura, dejó el rincón despensa del pequeño habitante tal y como éste lo tenía. Así transcurrían los días, la vida se deslizaba plácidamente entre las paredes del castillo y sus alrededores transformados en un vergel con el paso de los años. Cada semilla, cada planta que el hombre sembró y plantó alrededor de la morada, fue creciendo y creciendo, y las yedras abrazaban las paredes con cariño. las chumberas lucían, cuando no sus incitantes frutos, sus flores encendidas de un vivo color rojo amariento como miles de soles asomando entre las enormes hojas de las plantas. Delante de la puerta principal, una enorme morera de la cual ya colgaban preciosas moritas blancas como perlas, derramaba sus ramas a guisa de inmenso manto sobre una hermosa mesa de mármol a la cual nos sentábamos por las mañanas ante una taza de té y, un paisaje imposible de abrcar, saludándonos. Las yedras, las esparragueras y, miles de plantas crecían en torno como si Dios las hubiera dejado caer como por casualidad formando un conjunto armonioso donde los pájaros gustaban de revolotear y lanzar sus sonidos alegres; a veces, entre los cipreses, se escondía un mirlo para jugar al escondite y lanzar sus trinos vibrantes, otro le respondía desde otro cipres y nunca se sabe quien ganaba...














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